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El cerebro de la adolescente

Hace poco cayó en mis manos el libro, El cerebro femenino, de Louann Brizendine, y me ha parecido muy interesante. Intenta dar explicaciones neurológicas a ciertas conductas calificadas de femeninas en nuestra sociedad.

Por supuesto, creo que hay que tomarse sus explicaciones con cierta distancia y sentido crítico, ya que se corre el peligro de caer en el determinismo biológico. Aún así, ella misma trata de escapar de esta crítica y reconoce que la cultura y la educación pueden modular los procesos neurológicos que describe.

A mí me parece que aporta argumentos válidos para explicar la influencia de nuestro cuerpo, en este caso cerebro, de mujer o de varón, a la hora de comportarse y de ver el mundo. En este momento de mi vida, gestando, en el que estoy comprobando cómo la química de mi cerebro me influye y me mueve, me parece especialmente clara la necesidad de conocer los mecanismos cerebrales que influyen en el hecho de ser mujer. Estos mecanismos se ponen en marcha desde la más tierna infancia. Parece ser que, ya desde bebés, las chicas prestan más atención a las personas que a los objetos, al contrario que los chicos.

Naturaleza y cultura son difíciles de separar.

Os dejo algunos extractos del libro que me han parecido interesantes, para que saquéis vuestras propias conclusiones. En concreto, es especialmente interesante el capítulo sobre el cerebro de las chicas adolescentes.

Al parecer existe una razón biológica para la necesidad constante de comunicarse con sus iguales: «Al establecer contacto por medio de la charla se activan los centros de placer en un cerebro femenino» (p.67). También habría razones biológicas para el diferente comportamiento de los chicos: «el aumento de la testosterona les hace disminuir la conversación y el interés por el trato social, excepto cuando implica deportes o seguimiento sexual». (p. 69)

Sobre el temor al conflicto:

«El cerebro femenino reacciona con una alarma mucho más negativa ante el conflicto y el estrés de las relaciones que el cerebro masculino. Los hombres gozan a menudo con el conflicto y la competición interpersonales, incluso alardean de ellos. En las mujeres el conflicto moverá probablemente una cascada de reacciones hormonales negativas creando sentimientos de estrés, alteración y temor. El mero pensamiento de que puede haber un conflicto será leído por el cerebro femenino como una amenaza a la relación y traerá consigo la preocupación de que la siguiente charla con su amiga será la última.» (p.71)

«Ambos sexos, sin duda, experimentan un intenso aflujo de sustancias neuroquímicas y hormonas cuando se encuentran sometidos a un estrés agudo; sustancias que los preparan para hacer frente a las demandas de una amenaza inminente. Este aflujo puede hacer que los varones salten a la acción; sus modos de agresión son más directos que los femeninos. Pero el combate puede no haber estado tan adaptado evolutivamente para las hembras como fue para los machos, porque las hembras tienen menos posibilidad de derrotar a los machos, más corpulentos. Incluso si estuvieran igualados en fuerza con sus oponentes, entrar en combate podría significar que un pequeño indefenso quedase abandonado y fuese vulnerable. En el cerebro femenino el circuito propio de la agresión está más íntimamente ligado a las funciones cognitivas, emocionales y verbales de lo que lo está el carril varonil de la agresión, que se halla más conectado con las áreas cerebrales de la acción física.» (p.73)

En cierta medida, parece que influye el cerebro primitivo femenino, que les dice a las mujeres: «cancelad el vínculo y tanto vosotras como vuestra descendencia estaréis perdidas» (p.75)

Sobre el alboroto del cerebro adolescente:

«Aun cuando el 80% de las mujeres resultan sólo ligeramente afectadas por los cambios hormonales mensuales, el 10% dice que se pone extremadamente quisquillosa y que se altera fácilmente. Las mujeres cuyos ovarios producen más estrógeno y progesterona son más resistentes al estrés, porque tienen
más serotonina (sustancia química que procura sensación de bienestar) en las células del cerebro. Las mujeres con menos estrógeno y progesterona son más sensibles al estrés y tienen menos células cerebrales de serotonina. Para esas personas más sensibles al estrés, los últimos días precedentes al comienzo de la regla pueden ser un infierno en la Tierra. Les pueden abrumar ideas de hostilidad, desesperados sentimientos de depresión, proyectos de suicidio, ataques de pánico, miedo e incontrolables accesos de lloros y cólera.Los cambios en las hormonas y la serotonina pueden conducir a una disfunción en la sede cerebral del discernimiento (el córtex prefrontal) y emociones dramáticas e incontroladas pueden abrirse camino más fácilmente desde las partes primitivas del cerebro». (p.80)
Concluye el capítulo con ese punto de vista razonable al que me refería antes:
«Desde luego, una hormona no provoca por sí sola ninguna conducta. Las hormonas simplemente aumentan la probabilidad de que en ciertas circunstancias sobrevenga determinado comportamiento. Y, así como no existe una sola sede de agresividad en el cerebro, tampoco hay una sola hormona de la agresividad. Sin embargo, ambos sexos necesitan cierta dosis de agresividad para tener éxito y alcanzar poder en el mundo.
Las hormonas cambian en las adolescentes su realidad y la percepción de ellas mismas para ser seres sexuales, positivos e independientes en el mundo.
Durante la adolescencia los circuitos cerebrales de una chica pasan por muchas etapas de crecimiento y poda. Es como si recibiera un nuevo surtido de cables de extensión y tuviera que concretar cuál de ellos enchufar en cada punto.» (p. 91)

Parte del libro, incluido este capítulo entero está disponible en pdf aquí.